CADETE  REGLAMENTO

RELATO: Jorge Fortón Palomino

Están frescos en mi recuerdo los primeros días de nuestras vidas en el Colegio Militar. En esa época apenas éramos unos simples novatos o “perros” como despectivamente éramos llamados. Nuestros Técnicos y Aspirantes (Cadetes de años superiores), también conocidos como “vacas” y “chivos” nos dieron el famoso y tradicional "BAUTISMO" o BIENVENIDA (si es que puede llamarse “Bienvenida”) donde nos hicieron pagar hasta pecados que nunca habíamos cometido, en ese momento, muchos como yo, nos hacíamos la pregunta “A qué diablos nos metimos en este lío”, nadie escapaba de las “ranas”, “planchas” y “polichinelas”, pero a medida que pasaban los días y casi sin darnos cuenta, nos hacíamos cada vez más hombres y aprendíamos los valores que trataban de transmitirnos nuestros instructores.

 Fue así cómo aprendimos lo que era ser un “Cadete Reglamento”, (cumplir fielmente las ordenes sin dudas ni murmuraciones) Sin embargo a pesar del riesgo y los severos castigos que implicaba no cumplir esas órdenes, nunca funcionó con muchos compañeros que decidían desafiar esas reglas con el objetivo de pasarla bien y hasta demostrar que podían ser más astutos que sus superiores, esto pienso que es muy relativo, pues depende del punto de vista, de cualquier forma estos últimos eran los llamados “Cadetes Relajados”, y de ellos estoy seguro que alguno de mis compañeros hará un comentario.

Debo reconocer y creo que todos me veían como un “Cadete Reglamento”, pero lo que muchos no podían comprender era que con ese comportamiento yo gozaba de muchos beneficios como por ejemplo escapar de los jalones de oreja del Sub-Oficial Uribe, evitar los correazos del Sub-Oficial Saiko y hasta del Sub-Oficial Incahuanaco (esto creo que dolía más en nuestro orgullo). Ser “Reglamento” también significaba nunca perder mi salida de fin de semana, tener el crédito y una buena imagen frente a los profesores y Oficiales y con ello nunca estar envuelto en medio de un problema...

No era fácil mantener esa imagen y no pocas veces estuve como en un fuego cruzado entre obedecer las reglas o unirme a los compañeros que me incitaban a transgredirlas... Hoy, después de tantos años hasta me río recordando por ejemplo que llegábamos a competir para ver quién sacaba más brillo a los pisos, ver quién tenía el ropero más organizado, con las ropas dobladas usando hasta tablitas para que se vean todas alineadas, dejar las sabanas tan estiradas que lanzando una moneda podía rebotar 2 o 3 veces, usar almidón en los uniformes para que se vean sin arrugas o tener los borceguís tan brillantes como lo hacía un lustrador de botas de la Plaza de Armas.

Increíblemente todo eso que aprendí, lo mantuve por varios años y muchos de esos valores los mantengo hasta el día de hoy...

 

CADETE  RELAJADO

RELATO: Fernando Astorga Márquez

En aquellos nostálgicos y bizarros tiempos en que fui Cadete del Colegio Militar, cuando los uniformes y los galones eran signo de estatus y poder, cuando en las radios sonaba la canción de Nazareth “Heridas de Amor” (Dale un play y escúchala)

Cuando con la curiosidad y el pudor de mis trece años veía las revistas pornográficas, cuando medía apenas un metro cincuenta y dos, siendo la talla mínima uno cincuenta y era imberbe por mis cuatro costados, ocurrió lo que tanto anhelaban mis padres, ingresé al magno Colegio junto a otros 200 futuros héroes de la patria.
Ni bien ingresamos, nos raparon el pelo, nos pusieron uniformes de soldado, nos bautizaron como a perros y recibíamos órdenes como: Atencióóón... Descaaanso... Paso ligeeero... Saque pecho carajo... Y usted que mira Cadete!!! Cierre la boca idiooota... Para ranas 1, 2... Perros miserables, los 3 últimos se quedarán castigados... Y yo sin respiración, maldecía a todos, odiaba ser soldado e invariablemente sucedió lo que tenía que suceder...
En ese momento opté y preferí ser un “Cadete Relajado o Chorreado”, porque los cadetes relajados son como una especie de antihéroes, representan de alguna manera el anti sistema y ese inconformismo con el lugar donde están y les otorga un perfil de romántica rebeldía y un consolador signo de libertad.

Prefería ser relajado porque mi naturaleza es sosegada y dormilona y levantarme a las cinco de la madrugada significaba ir contra mi naturaleza y hasta donde sé, la felicidad estriba en gozar de nuestra propia naturaleza, por lo tanto me encerraba en el ropero hasta que todos salgan y seguía durmiendo, “siendo feliz”.

 Prefería ser relajado porque cuando la cara o la voz de algunos profesores me perturbaba, prefería ir a la piscina, que siempre estaba vacía, porque era un refugio perfecto para leer a Marx y ensayos de filosofía con mi tocayo Fernando Zvietcovich Guerra (QEPD).
Prefería ser relajado porque no tenía que arreglar mi ropero por la simplísima razón que no tenía muchas prendas, porque casi todas me las robaban o se me perdían.

Prefería ser un cadete relajado porque no me gustaba desfilar y menos en las calles, porque alguna vez le había escuchado decir a un tío comunista que los militares sólo se diferencian en una cosa de los caballos, los militares no se cagan en los desfiles. Eso confundía a cualquiera, inclusive a mí, a quien adjudicaron un apelativo equino y viril. Entonces buscaba una, en mi rosario de excusas para evitar ser caballo, como quedarme con una ficticia gripe en la enfermería con Gary del Carpio, de quien aprendí a ponerme un calcetín mojado en la garganta para que en el lapso de una noche terminara al día siguiente completamente irritada.

Prefería ser relajado, porque los ejercicios físicos no fueron mi punto fuerte y siempre llegaba último a las formaciones y llegar último no es algo motivador para una adolecente en formación, por eso siempre trataba de evadirme de formaciones, marchas y actividades físicas, aún sabiendo que eso significaría sufrir el peor castigo que podíamos tener: “Quedarnos sin la salida del fin de semana”.

Prefería ser relajado porque el riesgo era un poderoso afrodisiaco que exigía tener mucha audacia, coraje y creatividad para desafiar los códigos y reglas de una rígida instrucción militar y te lleva a cometer fechorías como extraer exámenes de la tipografía o esconderles el buzo de deportes a los profesores de educación física, dos de los cuales tenían unos cuerpos rechonchos que eran una afronta para tan sana disciplina, sobre todo el profesor de apelativo “Salteña”, quien días antes nos había dicho que éramos irremediables perdedores por llegar últimos en los cuatrocientos metros planos.

Me gustaba y confieso que aún me gusta el riesgo y desafiar algunas normas que no son de mi agrado porque me hacen sentir independiente, un absurdo iconoclasta cuyas pequeñas victorias sólo sirven para recordar el pasado, cuando imberbe e indocumentado era un cadete relajado.

 

 

FIN

 

 

Recuerda que tus comentarios y sugerencias son bienvenidos, si tienes fotos o relatos como estos,  escríbelos y envíalos a este correo para poder publicarlos...

omarprado10@hotmail.com

 

 

Si deseas ir a la Página Inicial haz click encima de la imagen... 

 

    PÁGINA INICIAL